DESHONRA
EN LA FRONTERA
Dos mujeres de mediana edad,
amigas de toda la vida y después de muchos meses, se reencuentran al cruzar la
plaza mayor de su pueblo, volviendo del mercado donde la pobreza y la pena
luchan con los olores de las especias.
-¿Dónde vas con esa cara? ¿Acaso has perdido tu sonrisa de perlas blancas?
-Y tu familia, ¿seguís cómo siempre?
+Ciertamente he perdido mi sonrisa y mi alma.
+Mi hijo mayor, quiso huir del sin futuro y perdió la vida, ¿creo?
+Y digo creo, porque sus compañeros de viaje me dicen que murió, engullido por las aguas de la mezquindad.
-Pero, ¿qué pasó?
+Creyó que, para ayudar a la familia, debía viajar al paraíso en búsqueda del maná, de un trabajo que le permitiera ejercer de ingeniero, para eso se había preparado durante tantos años, en la universidad que tanto nos costó pagarle, ya sabes.
-¿Qué me dices?, no pudo encontrar trabajo aquí.
+No. Ya sabes que nunca fuimos una familia de suerte, ni los gobernantes nos consideraron desde que el abuelo participó en las revueltas de años atrás. Ninguno de mis siete hijos ha podido conseguir prosperar más allá de la miseria de tener que vivir con nosotros y nuestra vil pobreza.
+Invertimos todo lo que teníamos en pagarle los estudios al mayor, y ahora nuestro esfuerzo ha fracasado. Tuvimos que pedir un empréstito para costearle el viaje en camioneta hasta la frontera, y allí perdió la vida. Nunca pensamos en que debíamos enseñarle a nadar, total para eso existen la barcas que él diseñaba.
+Mis seis hijos vivos, sus hermanos, vagan por las calles sin ánimo de nada, su referente sigue perdido y sin futuro.
-¿Y su padre?
+¿El del mayor?
-Si.
+No debe saber ni que su hijo ha desaparecido. Ya sabes que desde que perdió su trabajo en la fábrica alemana, cuando la compraron los chinos, se hundió en la barra del bar para liquidar su vida con licor de caña o de palmera.
+Suerte que el padre de mis pequeños, nos anima y trabaja, si no ¿cómo íbamos a poder vivir?, pero no nos llega para todos.
-Y, ¿qué pensáis hacer?
+Haber, si el segundo pudiera intentar el viaje. Ya no sé quién nos va a fiar. Si no, tendremos que vender a la niña de once, para que se case con algún viejo del pueblo. No nos fiamos del que vino a buscar a la de quince, para que fuera a trabajar a Europa como sirvienta de una casa rica. Ya sabes lo que paso con la hija de los del Moundé, que acabó secuestrada y con muchas deudas, total para prostituirla contra su voluntad, para vergüenza de su familia. Acabo suicidándose, ya lo sabías ¿no?
-Sí, ya lo sabía, y desde entonces lloro por ella, era mi ahijada.
+Caramba, no era consciente de ello. Lo siento por todos. Como ves, la mala suerte cayó hace ya demasiado tiempo sobre nuestro pueblo, y no nos dejarán salir del agujero en el que nos metieron los primeros invasores, perdón quiero decir colonizadores.
-En fin, cuando sepas con certeza que pasó con tu hijo, ya me dirás…, a ver si podemos honrar su alma para vuestra tranquilidad y su memoria.
+Cuando la guardia de la frontera se digne reconocer a los muertos ya te vendré a buscar para el velatorio. Gracias por escucharme, me hacía falta.
-¡Qué dios os proteja!
+Dios ya se olvidó de los pobres, le damos demasiado trabajo. Besa y abraza a tus hijos cuanto puedas, que no sabemos que muerte les depara.